viernes, 5 de septiembre de 2008

No, no, la cosa no era así. En serio. No es como te piensas.
En serio.
Déjame explicarte.

La cosa es que Fran era gilipollas. Pero gilipollas de remate. Esa era la cosa.
No es como te piensas. La cosa. Así que déjame explicarte.

Sí. Gilipollas y mucho.
El tío no lo entendía por mucho que se lo explicaba. Primero uno. Y luego otro. Y uno y otro. Y uno. Y otro. ¿Ves cómo lo hago yo? ¡venga!, ahora inténtalo tú, campeón...
Pero era inútil. Uno. Y otro. Uno. Y después otro.
Joder, el gilipollas decía que es que... que es que... ¡Que es que, ¿qué?, joder! “No sé”.
No sé.
Y yo. Yo que, me cago en la puta, soy un tío paciente, tranquilo y compresivo, intentaba mostrar mi mejor cara, y no destrozarla contra una puta farola. O un semáforo. O lo que fuera. Destrozarla. Mi cara.
Eran las 7 de la mañana. Y ya llevábamos así 23 minutos. Eran las 7 de la mañana. Joder. Y ahí estábamos, intentándoselo explicar. Ahí estaba yo, intentándoselo explicar. Yo. Las 7 de la mañana. Sus putos llantos nos habían despertado.
Y Rufus no dejaba de reírse. Su risa envolvente y contagiosa retumbaba bajo el puente en el que ya llevábamos dos días. Se reía. Y se reía. Reía. Pero eso día no era tan contagiosa. Reía. Y reía. Los demás no daban crédito y tenían un gran mosqueo. Y yo también. Un jodido gran mosqueo. ¿Cómo cojones podía estar ocurriendo aquello? Maldito gilipollas retrasado.

Pero no, no. La cosa no es como te piensas. De verdad. Qué va.
De verdad. Déjame explicarte.

Y Rufus no paraba de troncharse de risa. Le miré a la cara mientras intentaba explicárselo a Fran, y Rufus ya estaba llorando de la risa. Uno y otro. Uno y otro. Pero el imbécil no lo comprendía, joder. “No sé...” Joder, ¿cómo que no sabes? No sé. No sé. No sé.
Espero que entendáis que yo no pudiera reírme.
Uno. Y después otro.
Inténtalo, campeón.
Inténtalo, gilipollas.
Por que sí. En efecto. Era tonto hasta decir basta.

De pronto, abro los ojos con dificultad, por el puto sueño que tenía, abro los ojos y cada vez más, cada vez con más intensidad, escucho unos jodidos llantos. Unos jodidos berrinches. Estaba lloriqueando, moqueando, berreando, chillando. Y no se tenía en pie.

Y la verdad es que habían sido dos días normales y corrientes. Dos días buenos. Geniales como siempre. Junto a Rufus. Nuestro querido Rufus. Dos días normales y corrientes en nuestras vidas excepcionales y fantásticas. Decidimos acampar en ese puente. Bueno, si es que esa es la palabra correcta. Pero sí, es lo que se puede entender por un puente. No era nada del otro mundo. Un puente. Y allí decidimos quedarnos. Hasta que quisiésemos. Como siempre. Hasta que el tiempo dijera. Bueno, sí, más o menos era así. Hasta que quisiésemos.

Eran las 6 de la mañana. Y nos había despertado a todos con sus malditos lloros y chillidos. Y qué va. No se sostenía en pie.

Y no. No es lo que crees. No. De verdad, de verdad que no. En serio. No estaba borracho. Ni empastillado. Ni drogado. Ni nada de eso. No es nada de eso. No pienses que nosotros hacemos cosas como esas. No, joder.
No es lo que crees más evidente.
No estaba drogado.

Y Rufus seguía llorando. Y riéndose. Llorando de risa.
No sé.
No sé.
Me cago en la puta.
No sé.
No es tan jodidamente difícil. Ni jodidamente, ni difícil, ni nada. Cómo que... “no sé...”
Cómo cojones no vas a saber.
Pero yo no caía en la cuenta de que esa simplemente, era una de sus pocas frases en su registro. “No sé” “¡Joder, macho!”. Ese era, en resumidas cuentas, su registro. No sé. ¡Joder, macho!
No sé.
No caía en la cuenta de que tal vez, seguramente no se estaba refiriendo concretamente a que no sabía, simplemente, simplemente... simplemente, “no sé”. Su puta frase.
Pero efectivamente, y aunque parezca increíble, no. No sabía.

Y yo creía que iba estallar de los nervios. Madre mía. Madre. Madre. MADRE MÍA. Uno y otro. Uno y otro. Uno y otro. Uno y otro. Uno y otro. Adelante. Adelante. Y otro. Uno y otro. Adelante. Adelante. Uno y otro. Uno. Uno. Uno. Uno. Uno. Adelante. Un-dos. Un-dos. Uno. Y otro.
Y Rufus parecía que se ahogaba de la risa.
No sé.
¡Joder, macho!
No sé.
No sé.
¡Joder, macho!
Uno y otro.
Adelante.

Y no paraba de llorar. Y llorar. Fran. De berrear. De moquear. Y llorar. Y no. No se mantenía en pie.
Uno. Adelante. Otro. Adelante.
Inténtalo, campeón.
Inténtalo, gilipollas.
Consíguelo, joder.
No sé.
Y yo era el único que realmente le estaba intentando ayudar. No me podía creer que no se acordara. No. No podía ser.
Y así era.

Eran las 6 de la mañana. Y ahí estaba. De pie. Llorando. Chillando. Como si estuviera quemándose vivo. Como si le estuvieran apalizando. No paraba de llorar. Y la verdad es que sí que parecía que estaba sufriendo. Ahí estaba. Sin poderse mantener en pie. Y yo no daba crédito. Y se caía. Caía. Intentaba mantenerse en pie y... y... Pero caía.

Y todavía seguía llorando. Y yo diciéndole que no pasaba nada. Que era muy fácil. Muy fácil. Que no llorara. Que era muy fácil. Mira, mira cómo lo hago yo, Fran, ¡vamos!, tú puedes. Pero se caía. No lo conseguía.
Y Rufus no paraba de reírse y llorar. Y reía. Y reía. Solo reía. Y lloraba de risa.
Vamos, tú puedes.
Pero se caía.
Y el tío, sí, era gilipollas. De remate. Gilipollas, y mucho.
Al puto gilipollas se le había olvidado andar. Caminar. Avanzar. Caminar.
Uno y otro. Uno. Y otro. Adelante. Adelante. Uno, y después otro. Adelante.
El puto gilipollas nos había despertado y ahí le tenías, intentando mantenerse en pie mientras intentaba caminar. Pero daba un paso. Y caía. Y caía. Y yo no daba crédito. No me lo podía creer. Y no, no, no estaba borracho, ni empastillado. No estaba drogado.
Uno y otro. Uno y otro. Adelante. Y después otro.
Pero el tío se caía.
Y yo no daba crédito.
Ahí me tenías. Enseñándole a caminar. Eran las 7 de la mañana y ya llevábamos así unos 23 minutos. Después de que yo intentase asimilar a las 6 de la mañana lo que estaba ocurriendo, me convencí de que al tontoelculo gilipollas estaba intentando caminar y no podía. Y se caía.
Uno y otro. Uno y otro. Adelante. Adelante. Y después otro. Y se caía.
No sé.

Y Rufus no dejaba de reírse. Y solo hacía eso. Reírse. Llorar de risa. Bueno, solo alcanzó a decir una frase, mientras no dejaba de reír y reír: ¡Joder, macho!
Y siguió riendo y riendo.

martes, 2 de septiembre de 2008

Era inútil continuar con ello.
Era inútil que él continuara con ello.
Por más que lo intentaba. Nada.


Rufus seguía dormirdo. Y desnudo. Con una gran erección.
Y yo, arropado con unas mantas que encontramos ese mismo día en un contenedor de esos amarrillos. De envases. Yo arropado con unas mantas de color verde desteñido, no paraba de mirar su enorme pene erecto.
Rufus no estaba arropado. Rufus seguía dormido. O al menos eso era lo que parecía. Parecía que lleva dormido desde hacía ya tres horas. Y desde hacía ya tres horas tenía el pene duro y en alto. Y aún había más.

Y yo pensaba que, joder. Pensaba que por qué cojones, después de tres horas todavía no había finalizado con su tarea. Y yo pensaba qué, joder, cómo cojones se podía hacer aquello dormido. O al menos eso era lo que parecía. Que estaba dormido.

Y nada. No paraba. No se rendía. Allí seguía.
Y yo llevaba tres horas despierto. No podía dormirme. Y no podía dejar de mirar aquello.
Rufus continuaba allí tirado. Esta vez estábamos en unos sótanos a las afueras del noroeste de la ciudad. En unos sótanos en los cuales todo eran pubs y tiendas de bricolaje que al parecer llevaban cerradas bastantes años. Rufus seguía allí desnudo. Con su enorme erección.
Y no había manera.

Llevaba tres horas dormido y masturbándose. Masturbándose con intensidad. Y, joder, todavía no se había corrido.
Y a mí me daba mucha rabia, coño. Menudo espéctaculo.
Rufus con un gesto de recién nacido durmiendo acurrucado en los pechos de su madre, mientras se masturba y se masturbaba. Y nada. No se corría.
Y yo quería que se corriera de una vez.


Rufus me dijo un día: No, no. No es cuestión de que tú creas que alfinal lo vas conseguir, Chuck. Es cuestión de que te olvides de todo, y te concentres en tu ardua tarea. Dale que dale. Dale que dale. De eso es cuestión.

Sí joder, eso fue lo que me dijo.